Han pasado varios meses desde mi última columna en Matasanos.org. En todo este tiempo, he participado y me he comprometido en diversas instancias relacionadas con la salud y el bienestar como pilares de la calidad de vida. Me he dedicado a profundizar en el tema, especializándome en Promoción de Salud y Calidad de Vida en Diplomado en Promoción de Salud y Calidad de Vida en el INTA – Universidad de Chile, a través de un Postgrado que logró abrir mi perspectiva y reforzar, a nivel personal y profesional, la importancia de abogar por aquellos aspectos que nos permitan lograr un mayor nivel de salud, a nivel personal y colectivo.
En este sentido, y con un ánimo constructivo en la materia, con preocupación pongo de manifiesto los resultados de la reciente Encuesta de Consumo Alimentario (ENCA), investigación solicitada por el Ministerio de Salud a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, en la cual se evidencia que el 95% de la población no consume una alimentación saludable. Es más, ésta come más de lo recomendado y su distribución tiene características que muestran la inequidad de las condiciones en las que nos alimentamos.
Por otra parte, las Encuestas Nacionales de Salud 2003-2009 revelan un aumento del sobrepeso y la obesidad de 61 a 67% y la diabetes de 6,3 a 9,4%. Si seguimos así, el año 2040 prácticamente toda la población chilena va a estar con sobrepeso y obesidad, y un 30% con diabetes.
Lo anterior pone de manifiesto la responsabilidad actual del Estado en la generación de políticas de largo plazo que trasciendan los gobiernos y que generen entornos favorables para que las personas puedan mejorar sus hábitos de vida saludable.
Ahora bien, la pregunta central es la siguiente: ¿Son las políticas públicas en alimentación saludable una batalla perdida?
Desde la experiencia local, pese a estrategias estatales que han tenido cierto grado de impacto y buena implementación inicial -como es el caso de “Elige vivir Sano” o el Programa “5 al día”- nos encontramos con que, lamentablemente, no existe una continuidad y proyección en el tiempo, truncando un trabajo que debiese tomarse como prioritario en el ámbito de la salud y calidad de vida, trabajando de forma mancomunada hacia la promoción de la salud.
El gasto estatal actual se está derivando hacia lo más urgente y que demanda una respuesta más reactiva que propositiva. En este punto, estamos trabajando desde la punta del iceberg y no desde las bases más sostenibles.
Mi invitación es a reactivar una problemática nacional siempre presente y que constituye una señal de alarma para todos los ciudadanos de este país. ¿Qué estamos esperando para actuar?
